La exposición de la profecía bíblica I


Uno de los compromisos que hemos asumido en el Taller de Predicación es ofrecer ayuda para la sana exposición de los distintos géneros de literatura que se encuentran en la revelación bíblica. Hemos tratado de aclarar cómo abrir las epístolas del Nuevo Testamento para dar alimento espiritual a las congregaciones. Luego hemos abordado la narrativa y la poesía del Antiguo Testamento y después los evangelios, con una aproximación a algunos aspectos especiales como las parábolas de Jesús. Nuestro deseo ha sido estimular la destreza exegética y homilética –a través de los círculos de predicadores– con el fin de transmitir el mensaje de Dios con la máxima fidelidad, pertinencia y claridad.

Queda pendiente un género de la literatura bíblica que representa un desafío especial: la profecía. Por un lado tenemos el hecho evidente de que 25% de la Biblia es profecía[2], pero por otro constatamos los muchos factores que a veces dificultan un tratamiento adecuado de la profecía en la iglesia local. Ha habido excesos en el manejo de la doctrina sobre las últimas cosas, hasta el punto de que la escatología a veces parece un imán para desequilibrados. Algunos se apresuran a fijar fechas para el arrebatamiento o la segunda venida, otros abusan de la profecía para fomentar el miedo y manipular a los creyentes. En Internet se aprecia la cantidad de iluminados que avasallan a sus seguidores avivando la histeria escatológica.

Algunos cotejan las noticias del día para buscar la confirmación del cumplimiento de las profecías, elaborando una lista de los países que han de participar en la batalla de Gog y Magog, buscando indicios de que los gobiernos están preparando una marca (¿código de barras? ¿microchip?) para la mano o la frente de todos para llevar un control económico mundial, sumando terremotos para demostrar que la venida del Señor está cerca, o especulando sobre la identidad del Anticristo. Tanto afán de sensacionalismo acaba desplazando la piedad personal como motor principal de la vida cristiana. Otros se enzarzan en agrios debates sobre puntos oscuros, dejando al lado el fragante olor del conocimiento de Cristo.

Frente a tales desmanes, no pocos cristianos se han refugiado en una especie de agnosticismo escatológico: «lo único que tengo claro es que Jesucristo volverá, y con eso me conformo». Si los teólogos no se ponen de acuerdo, ¿qué hará el creyente de a pie? De todas maneras, ¿no es más importante la fe y la obediencia? ¿No ha dicho el Señor que lo único que busca es que hagamos justicia, amemos la misericordia y nos humillemos ante nuestro Dios (Mi. 6.8)?

El problema es que allí quedan los pasajes proféticos, y la mayoría de ellos esperan un cumplimiento futuro. Jesús promete a los suyos que cuando viniera el Espíritu de verdad, les guiaría a toda la verdad y les harían saber las cosas que habrán de venir (Jn. 16.13) Por algún motivo el Señor ha dado la información. Su intención es consolar a los suyos, estimularlos al amor y a las buenas obras, no sembrar confusión y angustia. Si toda la Palabra es inspirada y útil, entonces de alguna manera toda ella debe ser predicada en la congregación.

Por este motivo, quisiéramos proponer algunas consideraciones para ayudar en la exposición de la profecía bíblica. No aspiramos a resolver todos los enigmas, y tampoco pretendemos sentar cátedra respecto al esquema escatológico más adecuado. Sólo esperamos aportar un poquito de luz, para animar a los predicadores a exponer los pasajes proféticos con valentía pero también con cordura, para el provecho espiritual de los hermanos.

El fundamento de la profecía bíblica

«En esperanza fuimos salvos», dice el apóstol (Ro. 8.24). La esencia de la buena noticia de Dios consiste en algo que él ha prometido llevar a cabo unilteralmente. Con el primer anuncio del evangelio (Gn. 3.15), el Señor informa a Adán y Eva que alguien («la simiente de la mujer») vendrá para superar la catástrofe del pecado. Con una frase dirigida a la serpiente, «él te golpeará en la cabeza», el Señor afirma que el Redentor deshará todo el entuerto del mal, en todas sus manifestaciones. Esta gran promesa constituye la base de todas las profecías posteriores y hace que todas las Escrituras se conviertan en profecía, ya que todas ellas tratan –en un sentido u otro– distintas facetas de la victoria completa sobre todo mal.

Se podría hacer un desglose de los aspectos inherentes a la promesa del evangelio. Todos ellos conllevan una proyección futura:

  • Palabra y fe: Dios anuncia lo que va a hacer, al hombre le toca creer la promesa simplemente. Habrá que vivir por fe todos los días: esperando en Cristo, dependiendo de Cristo, viviendo para agradar a Cristo. Con el paso del tiempo, los profetas irán añadiendo más y más detalles para sustentar la fe los creyentes.

  • Ritual y mirada a Cristo: Dios instituye el principio del sacrificio, la primera de muchas ayudas visuales que dirigen la mirada de fe hacia la persona y la obra de Jesucristo. Las instituciones de Israel, con el ritual del tabernáculo y el holocausto diario en el centro, servirán para anunciar la persona y la obra de Cristo.

  • Justificación y nuevo comienzo: Dios viste a Adán y Eva de pieles, en señal de que la muerte del sustituto –el mensaje del sacrificio del cordero– cubrirá su pecado. No han muerto por su pecado, sino seguirán vivos por la promesa del Redentor. Ahora deberán replantear su manera de desenvolverse en el mundo en función de una comunión con Dios restaurada.

  • Aflicción y paciencia: La pareja queda expulsada del huerto; la consumación de la promesa tardará un tiempo hasta que llegue el Redentor. Los creyentes deben tener paciencia mientras lidian con todos los sinsabores de un mundo sujeto a vanidad. Las aflicciones de la vida serán necesarias para empujar a las personas hacia Cristo.

  • Sustento y dependencia: Si el Redentor ha de superar todos los efectos del pecado, entonces dará sustento a los suyos hasta la consumación. Habrá ayuda en medio de un mundo hostil. Los creyentes tendrán que depender de ello por medio de la oración y la fe. Dios moverá las circunstancias a favor de los suyos, y Cristo será un sacerdote mediador dando gracia en el alma. Con el tiempo, queda claro que esa gracia se concreta en el don del Espíritu Santo, con todas sus benéficas influencias.

  • Conflicto y valentía: La serpiente sigue presente, también su descendencia. Habrá un conflicto permanente, tanto espiritual como físico. Hará falta valentía para pelear la buena batalla de la fe. Habrá que predicar el evangelio y hacer el bien, siendo como sal y luz en un mundo sujeto a corrupción y tinieblas. Además de anunciar la promesa de Cristo, habrá que luchar para formar a otros en madurez cristiana.

  • Señorío y obediencia: El Señor que ha dado la promesa de que enviará al Redentor y que proporcionará ayuda para seguir viviendo en este mundo caído. Esta realidad debe provocar una respuesta de sujeción y lealtad en el creyente. La postura básica de su corazón es la de un siervo ante su Señor, entregando su vida para bendecir a otros, en todos los sentidos.

  • Sufrimiento y fruto: Si el Redentor ha de sufrir para ganar la victoria espiritual (la herida en el talón), a los creyentes les tocará algo parecido. El sufrimiento –dentro de la voluntad de Dios– será precisamente lo que producirá cambios, tanto en la persona como en otros que reciban su testimonio, como el grano de trigo que cae en tierra para luego dar mucho fruto.

  • Transformación y amor: Creer la promesa implicará el reencuentro amoroso entre el hombre y la mujer («se llamará “Eva”, madre de los vivientes»). En vez de culparse mutuamente, se unirán para tener descendencia. El odio, como el de Caín hacia su hermano, quedará superado. Recuperar el amor, superando la desconfianza y el egoísmo, será el objetivo de la redención.

  • Consumación y búsqueda: El desenlace final llegará cuando el Redentor haya superado todas las consecuencias de la Caída en toda la tierra. Habrá una resurrección y la regeneración de toda la creación. Esa consumación será objeto de todo el deseo del creyente, aunque en esta vida tenga que volver al polvo del cual fue tomado.

(continuará)


[2] La cifra se refiere a los libros que se llaman «proféticos», como profetas mayores, profetas menores y Apocalipsis, aunque abundan pasajes proféticos en muchos otros libros de las Escrituras.

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