Aproximación a la literatura apocalíptica
A partir de Ezequiel, aparece en Israel un nuevo formato de revelación. Dios transmite su mensaje a los profetas preexílicos como Isaías principalmente a través de palabras y visiones (s. VIII a.C.). Con Jeremías, el Señor utiliza otras ayudas visuales –basadas en objetos cotidianos– para llamar la atención del profeta y dar forma al anuncio que debe entregar (un almendro, una olla hirviendo, un cinto podrido, dos cestas de higos, una vasija rota, un yugo de madera). Dios le hace pasar por experiencias que servirán de base para su enseñanza: observar el trabajo de un alfarero, comprar un terreno, poner vino a los recabitas.
Con Ezequiel, Dios empieza a dar visiones impresionantes que sobrepasan las categorías normales del pensamiento humano. Estas visiones han dado lugar a un género de literatura que se ha venido a denominar «apocalíptica» (de apocalupsis, «revelación»), que se define como la revelación de verdades divinas a través de símbolos fantasmagóricos. He aquí algunos ejemplos que se encuentran en el cánon bíblico:[4]
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La visión de la gloria de Dios (Ez. 1)
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La visión del rollo comestible (Ez. 2-3)
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La visión de las abominaciones de Jerusalén (Ez. 8-10)
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La visión del valle de los huesos secos (Ez. 37)
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La visión del templo futuro (Ez. 40-48)
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La visión de la gran estatua (Dn. 2)
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La visión de las cuatro bestias (Dn. 7)
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La visión del carnero y el macho cabrío (Dn. 8)
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La visión de las setenta semanas (Dn. 9)
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La visión de los reyes del norte y del sur (Dn. 10-11)
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La visión del fin (Dn. 12)
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La visión de los caballos (Zac. 1)
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La visión de los cuernos y los carpinteros (Zac. 1)
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La visión del sumo sacerdote (Zac. 3)
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La visión del candelabro y los olivos (Za. 4)
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La visión del rollo volante (Zac. 5)
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La visión de la mujer en la cesta (Zac. 5)
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La visión de los cuatro carros (Zac. 6)
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La visión de la coronación del sumo sacerdote (Zac. 6)
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Todo el libro de Apocalipsis (capítulos 4 a 22)
La literatura apocalíptica empieza a partir del cautiverio en Babilonia. Parece que Dios quiere dar la información a través de visiones espectaculares para superar la tristeza y la desolación de la situación actual del pueblo de Dios. Se puede apuntar cuatro características de la literatura apocalíptica:
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Nueva información a la luz de una situación catastrófica. El panorama humano está lleno de desesperación en el momento cuando el profeta recibe la revelación. No hay nada que hacer, no hay solución a la vista. Dios comunica promesas de salvación o de restauración a su portavoz, para que éste a su vez las transmita al resto. Dios intervendrá con poder para hacer justicia, castigando a los opresores y rescatando a su pueblo sufriente. Muchas veces hay un intérprete angelical que explica el significado de los símbolos al profeta.
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Una visión de la realidad que gira en torno a la soberanía absoluta del Señor. Dios está al mando, nada se le escapa de las manos. Conduce los acontecimientos conforme a su voluntad. Lleva la historia humana hacia un desenlace que él ha preparado. El hecho de la profecía demuestra que él conoce el fin desde el principio y por ello garantiza un final feliz. El Redentor golpeará la cabeza de la serpiente; los avatares de la vida humana no pueden hacer descarrilar el proyecto de Dios.
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Un contraste entre un presente marcado por la persecución y un futuro lleno de esperanza. Si las fuerzas del mal triunfan de momento, esto no será así para siempre. Hay una guerra espiritual, pero Dios ganará la victoria de una manera contundente, y todo su pueblo disfrutará de un mundo nuevo lleno de justicia y de paz. Las visiones fantásticas no se limitan a anunciar la victoria de Dios, sino retratan aspectos concretos de ella, porque los detalles alimentan la esperanza.
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El uso de símbolos llamativos. Es la característica más notable de la literatura apocalíptica. Abundan los animales fantásticos (dragones, bestias con muchas cabezas), objetos con sentido (huesos secos que cobran vida, un rollo que vuela, candelabros de oro, estrellas en la mano de Jesús), seres celestiales indescriptibles (querubines con cuatro caras, langostas con cabello de mujer y cola de escorpión), ángeles que ejecutan labores sobrenaturales (retienen los vientos, recorren la tierra a caballo, tiran montes a la tierra, batallan en el cielo contra el diablo), y distintas representaciones del Señor Jesucristo (un cordero inmolado pero de pie, un león, un ángel gigante, un jinete montado sobre un caballo blanco). También son importante los números (siete, doce, veinticuatro, mil), los colores (blanco, negro, rojo) y los materiales (oro, plata, bronce, hierro en Dn. 2, o las piedras preciosas en Ap. 21).
Para interpretar los símbolos, es imprescindible cotejar su uso en pasajes bíblicos previos. Los símbolos de Apocalipsis se derivan del uso anterior de ellos en Ezequiel, Daniel y Zacarías. Las bestias de Apocalipsis 13 retoman las bestias de Daniel 7. Sellar a doce mil de cada tribu de Israel (Ap. 7) enlaza con Ezequiel 9, donde el ángel sale a sellar a los habitantes de Jerusalén que gimen y claman a Dios. El trasfondo de Ezequiel aclara que sellar significa librar de juicio o marcar para salvación.
Lo más importante respecto a los símbolos apocalípticos es recordar que algo significan. Comunican aspectos muy concretos que multiplican la intensidad de las verdades aludidas, precisamente para contrarrestar la tristeza que genera el momento actual que está viviendo el creyente. El intérprete no puede quedarse con un resignado «esto es difícil de comprender», o un insípido «Dios ganará la victoria», cuando los símbolos tratan de pintar en toda su viveza las características específicas de la victoria final del Señor, dando todo lujo de detalles para fortalecer el ánimo del creyente.
Si Jesucristo es el león de la tribu de Judá, esto significa que triunfará sobre todas las fuerzas del mal. Reinará de tal manera que nadie podrá desafiar su autoridad. Pero si Cristo también es el Cordero inmolado pero de pie, quiere decir que sacrificó su vida sin protestar, por amor a los suyos. En el cielo siempre se recordará el valor de ese sacrificio, que le confiere el derecho de disponer del destino de toda la creación (el libro/testamento con siete sellos). La revelación llega en un envoltorio visual para aumentar la fuerza del consuelo y para estimular a los creyentes hacia un compromiso sin reservas.
Para más información sobre la interpretación de material apocalíptico, véase el libro sobre hermenéutica de Duvall y Hays.[5]
Lejos de ser un asunto esotérico sólo para especialistas, la profecía bíblica constituye uno de los fundamentos de la vida cristiana. «En esperanza fuimos salvos», dice el apóstol Pablo. La conversión es una vuelta de los ídolos a Dios, para servirle de todo corazón y también para esperar a Jesucristo, que volverá de los cielos para recoger a los suyos (1 Tes. 1.9-10). Cristo vino la primera vez para llevar los pecados de muchos, pero aparecerá por segunda vez para salvar a los que le esperan (He. 9.28). La salvación sólo alcanzará su plenitud cuando Cristo venga a por los suyos, y una parte importante de ser cristiano consiste en esperar esa plenitud con toda el alma.
Jesús describe un mayordomo fiel y prudente que recibe la misión de dar la ración conveniente a cada miembro de la casa (Lc. 12.42-43). Será bienaventurado si el amo le encuentra ocupado en ello cuando venga. Se trata de dos cosas: una expectativa y una actividad. La expectativa del inminente retorno del Señor es lo que estimula a la actividad del servicio. Por eso, la Palabra nos insta a hablar del arrebatamiento (1 Tes. 4.18, 5.11), porque es precisamente lo que mueve al cristiano a vivir firme y constante, creciendo en la obra del Señor, porque sabe que su trabajo en el Señor no es en vano (1 Co. 15.58).
Aguardar la «esperanza bienaventurada» es lo que nos enseña a renunciar a la impiedad y los deseos mundanos para vivir en este siglo sobria, justa y piadosamente (Tit. 2.12-13). La esperanza de ver a Cristo cara a cara nos mueve a purificarnos, como él es puro (1 Jn. 3.3). El apóstol Pablo insiste ante Félix que él procura guardar su conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres, porque tiene la mente llena de la esperanza de resurrección (Hch. 24.15-16). Exhorta a los creyentes en Roma a amarse unos a otros con sinceridad, porque «ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos» (Ro. 13.11).
El salmista afirma que «la exposición de tus palabras alumbra» (Sal. 119.130). Las riquezas de la esperanza profética de Jesucristo son como una antorcha que alumbra en lugar oscuro (2 P. 1.19) y por ello conviene estar atentos, tanto el que predica como el que escucha.
[4] Abundan ejemplos de literatura apocalíptica en libros extracanónicos como Enoc, La asunción de Moisés, La ascensión de Isaías, Baruc, Los salmos de Salomón, El testamento de Abraham, El apocalipsis de Moisés, El testamento de los doce patriarcas, El pastor de Hermas y otros. Sin embargo, al tratarse de libros apócrifos claramente no inspirados por Dios, no nos interesan aquí.
[5] J. Scott Duvall y J. Daniel Hays, Hermenéutica: entendiendo la Palabra de Dios, Viladecavalls: CLIE, 2008, pp. 399-410.