
Es curioso el fenómeno que se produce en muchos ámbitos, donde las ocurrencias ocupan el lugar de las evidencias. Hablo, especialmente, de educación. Las ocurrencias de ciertas personalidades influyentes han provocado el caos educativo del que no terminamos de salir. Las ocurrencias de ciertos asesores de ministros de educación, que no entendían de educación porque no consultaron con los expertos, han producido una hecatombe educativa de dimensiones peligrosas. Además, nos solemos comparar con Finlandia; y con cierto escepticismo nos preguntamos por qué a ellos les va mejor que a nosotros. A nadie en su sano juicio se le ocurriría operar quirúrgicamente como se hacía en el siglo XIX; de la misma manera, a nadie se le debería ocurrir enseñar de la misma manera que se hacía en ese mismo siglo o en el siguiente. Por eso Finlandia es superior a nosotros en el ámbito educativo: entre otras cosas, ellos han adoptado estrategias y actuaciones educativas de éxito, avaladas por la comunidad científica internacional como aquellas que dan los mejores resultados comprobados. Una de estas actuaciones se denomina Tertulias Dialógicas. En el colegio-comunidad de aprendizaje que dirijo las practicamos, junto a otras más, y hemos constatado que así es. Se produce un intercambio de opiniones y argumentaciones tal que se valora el diálogo como una herramienta de construcción del pensamiento. Es en el diálogo donde se construye el conocimiento.
Claro, esto a uno no le pilla de nuevas, puesto que el método educativo hebreo era así: un grupo de personas que se instruyen preguntando, respondiendo, aportando sabiduría, opinión, guiados por un rabí. Y esto frente a la escuela helénica, donde generalmente el saber era propiedad de los filósofos y, a lo sumo, de sus discípulos.
Esta introducción no tendría sentido si no es para avalar el método de los círculos de predicadores. Frente a la pedagogía unilateral del maestro en predicación, la visión de los círculos se basa en la validez de las aportaciones de todos y cada uno de los componentes a la hora de construir el mensaje. En los estadios iniciales de los círculos, una vez que se han realizado las aportaciones, el consenso pasa a ser una prioridad, no sin volver a validar lo consensuado, es decir, si es de acuerdo a las Escrituras (Hech. 17.11). Una vez validada la decisión final del bosquejo, se comparte para que otros lo puedan usar. Y, como decíamos al principio, este tipo de actuación está avalada como de éxito educativo. Pueden consultarlo en Internet, tecleando “Comunidades de aprendizaje. Tertulias Literarias Dialógicas” y buscando artículos académicos al respecto.
Por otro lado, tiene un carácter evaluador altamente significativo. No sólo se evalúa y valida el bosquejo final. El expositor también es evaluado en grupo dialógico sobre las bases de la retórica, adecuación al tiempo, ajuste al tema, porte, ademanes… Lo justo como para no caer en la crítica agria y orgullosa, pero lo suficiente como para aportarle a quien expone una serie de consejos a modo de propuestas de mejora.
En la gracia de Dios, he podido asistir a las dos sesiones de formación en los talleres de predicadores y aplaudo con energía este método. He sido edificado firmemente con las opiniones de los demás hermanos del grupo; he revisado mi metodología en la predicación; he adoptado propuestas de mejora. He estado en un taller: el lugar donde artesanalmente se le da forma a las cosas (aquí personas) o donde uno lleva el coche o una pieza (aquí personas) para reparar, rectificar… Para mí han sido lo más parecido a tertulias dialógicas, y a las que en mi argot llamaría Tertulias Hermenéuticas Dialógicas. Y no son ocurrencias, sino evidencias de que es un método que da mejores resultados. Esto no quiere decir que otros métodos no sirvan o no funcionen, sino simplemente eso: que da mejores resultados. Y si lo que uno pretende es crear sentido y dotar de validez las propuestas de otros, para llegar por medio del diálogo a un consenso exegético, este método es el mejor.