Los creyentes llegan a la reunión con hambre en el alma. Seguir a Cristo en un mundo contrario a la fe es tarea difícil. Los hermanos necesitan repostar espiritualmente: recordando las promesas del Señor, renovando su visión de Jesucristo, avivando su esperanza en el desenlace final, echando sus cargas sobre el Señor.
Sin embargo, si el predicador no capta correctamente la idea central del pasaje que debe abrir ante la congregación, no transmitirá el mensaje que el Señor tiene para su pueblo ese día. Defrauda a los fieles. Impide que reciban lo que necesitan. Les manda a casa con un corazón vacío.
Es como dar una piedra a tu hijo que te pide pan, o darle una serpiente cuando te pide pescado. Es hurtar las palabras de Dios (Jer. 23.30). Es cambiar en mentira el mensaje divino (Jer. 8.8).
Además de defraudar al pueblo de Dios que necesita escuchar un mensaje del cielo, y que se marcha de la reunión con hambre, la predicación que se equivoca de idea central detiene los efectos para los cuales el Señor envía su mensaje. En vez de salir como lluvias que riegan la semilla y la hacen producir (Is. 55.10-11), la palabra se queda guardada en la bolsa del sembrador. En vez de dar fruto en las vidas, se reduce a un tintineo sin trascendencia.
La predicación que se equivoca de idea central también debilita la aplicación. El mensaje queda insípido. No conmueve los corazones, no mueve a la acción. El sermón resulta inútil para enseñar, inútil para reprender, inútil para corregir, inútil para instruir en justicia. En vez de servir de rugido de león, un sermón así se reduce a una charla humana, algo parecido a los consejos sobre dieta y salud de un presentador de radio.
Como muestra, sirva un botón. Si un predicador decide exponer el pasaje sobre la alimentación de los cinco mil y se fija en el detalle de que Jesús manda recoger los fragmentos de panes y peces, podría plantear un mensaje ecologista. Su idea central sería que a Dios le importa la conservación de este mundo, y que Jesucristo extiende el mandato creacional dado al hombre en Edén. Se podría estructurar el sermón de la siguiente manera:
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Dios crea al hombre con la misión de señorear en el mundo.
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«Señorear» implica una sabia administración de la tierra y sus recursos.
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El Hijo de Dios vino para dar ejemplo y dar poder al hombre en su misión ecologista.
Otro posible enfoque sería la generosidad del muchacho que comparte sus cinco panes y dos pececillos (Jn. 6.9). Entrega lo que tiene a Jesús, y Jesús lo multiplica para satisfacer la necesidad de miles de personas. El predicador podría centrarse en la generosidad, el deber de compartir. Su bosquejo podría redactarse así:
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Entre los seres humanos hay grandes necesidades, como el hambre.
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El Señor te invita a compartir lo que tienes, por poco que sea.
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Si compartes lo que tienes, el Señor lo multiplicará para suplir la necesidad de muchos.
Sin embargo, queda la pregunta: ¿Cuál era la intención del Espíritu de Dios, al guiar a los cuatro evangelistas a incluir este relato (Mt. 14, Mr. 6, Lc. 9, Jn. 6)? ¿Su intención era movernos a cuidar de la tierra o compartir la merienda? Una idea central que no sea la idea central de Dios necesariamente desemboca en un sermón que defraudaemphasis> a los oyentes, detiene el propósito divino y debilita la aplicación. Los creyentes se cansan de oír sermones, pierden las ganas de leer la Biblia por su cuenta, se olvidan de la predicación de domingo, y dedican su tiempo a asuntos más interesantes que una Biblia trastocada de esta manera.
En cambio, si el predicador descubre la idea central de Dios, se dará cuenta de que este pasaje está para mostrar que Jesucristo es el pan descendido del cielo para dar vida a su pueblo. (De la misma manera, el pasaje sobre la alimentación de los cuatro mil demuestra que Jesucristo es el pan enviado por Dios para dar vida al mundo, a las naciones.) La estructura del sermón reflejará el desarrollo de esta idea. Las aplicaciones fluirán de esta idea y serán precisas y poderosas. Los creyentes aprenderán algo nuevo sobre Jesucristo, y se marcharán de la reunión resueltos a vivir con Cristo el resto de la semana.
Desarrollar la idea central de Dios constituye la esencia de la predicación expositiva. Descubrirla es el primer paso en el estudio, y es lo que vertebra todo el discurso. Es el requisito, el meollo de la cuestión, el germen que da vida. No se trata de un algo fabricado por el predicador, sino de un concepto que fluye de la mente de Dios. Acertar en descubrirla es estar «en el secreto de Jehová» y abre la puerta a que el pueblo oiga verdaderamente la voz del Señor (Jer. 23.18, 22).