Predicándonos a nosotros mismos: La práctica de la meditación bíblica


Hay una preocupación muy extendida en relación a la transmisión de la fe a las siguientes generaciones. Una evidencia reciente de ello es la publicación en España del libro de Daniel Pujol La Fuga: por qué los jóvenes abandonan la iglesia. Otra evidencia en el Reino Unido es un estudio realizado por la Alianza Evangélica de personas que hace veinte años asistían a las escuelas dominicales de niño. Este estudio mostró que un 70 % de estas personas veinte años más tarde no tenían vinculación alguna con una iglesia evangélica. Es sabio y bíblico preocuparnos por la transmisión de la fe a la siguiente generación. Encontramos un fuerte énfasis en este sentido en Deuteronomio capítulo 6. Pero en el corazón de este pasaje hay una clave para esa eficaz transmisión muy descuidada en nuestros días: la meditación bíblica.

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas

Deuteronomio 6:4-7

El proceso empieza con este llamado: Escucha, O Israel. Es evidente que nunca vamos a estar en condiciones de transmitir a otros lo que no estamos recibiendo. Este llamado a escuchar lo pasamos por alto o lo leemos corriendo. Pero deberíamos darnos cuenta de que es un llamado a escuchar en concreto la palabra de Dios predicada. En el propósito de Dios, la proclamación de la Escritura debe motivar todos los otros ministerios de la palabra de Dios: sean la lectura personal, la vida devocional de la familia, el testificarles a otros o el dirigir estudios bíblicos, por nombrar solo algunos. No es que la predicación sea mejor que dirigir una célula, pero su relación es la que mantiene la batería del coche con los pistones – es la que hace arrancar todo el resto del motor.

Ahora, entre el escuchar atentamente la palabra de Dios predicada y el transmitirla a otros todavía quedan dos pasos intermedios. Moisés les dijo a los Israelitas que para influir en otros la palabra de Dios debe afectar todas las áreas de nuestra vida. Debemos tenerla presente en el camino y en la casa: o sea en el centro de la vida familiar. Debemos escucharla cuando nos acostemos y nos levantemos: debe marcar nuestro ritmo diario. Debe dirigir nuestras manos y nuestros ojos: afectando lo que hacemos y lo que miramos. Debe estar presente en los postes de la casa y las puertas de la ciudad – presente no solo en la vida privada sino también en la plaza pública.

Pero aún podemos indagar más. Podemos preguntarnos, ¿qué hace que haya muchas personas que asistan fielmente a los cultos dominicales pero cuyas vidas muestran muchas lagunas donde hay escaso impacto de la escritura? Deuteronomio 6 nos sugiere que para que la Palabra de Dios llegue a permear todas las facetas de nuestras vidas la clave está en el corazón. El pueblo de Dios es llamado a cultivar el amor de su Dios en su corazón. Esta escucha activa aplicada al corazón es el gran terreno descuidado en la espiritualidad evangélica contemporánea: la meditación bíblica.

Pululan en la cultura contemporánea muchas ideas sobre lo que significa la meditación, predominando conceptos orientales de vaciar la mente de todas las preocupaciones para así encontrar la paz. Es verdad que en nuestro mundo ajetreado necesitamos pararnos y buscar la quietud para poder reflexionar y meditar. Pero la meditación Bíblica no es meramente pasiva. Tampoco consiste en vaciar la mente, sino en re-enfocar nuestra atención, llenando nuestra mente con un contenido distinto.

La iglesia de cada época de la historia ha tenido sus virtudes y sus defectos. En cuanto a la meditación bíblica, uno de los momentos álgidos lo encontramos en los escritos de los Puritanos. Ellos también tuvieron sus puntos débiles (aunque no fueron los que la mayoría piensan), pero fueron unos gigantes en cuanto a la enseñanza de la espiritualidad cristiana. Uno de ellos, Richard Baxter, escribió un libro específicamente sobre la meditación. He aquí unos extractos de escritos suyos y de otro pastor contemporáneo suyo.

Mientras la verdad sea solo una especulación que nada por el cerebro, el alma no lo ha recibido ni se ha asido de ella. La tarea necesaria es pues, hacer pasar estas verdades de tu cabeza a tu corazón.

La meditación se sitúa entre la lectura y la oración y es el medio por excelencia para aprovechar la primera y estimular la segunda

Nicolas Renfrew

Todavía no hemos definido lo que queremos decir con la meditación. Los puritanos aclararon que consistía no solo en la reflexión sino en predicarnos a nosotros mismos. Dirían que si la reflexión abre la puerta entre la cabeza y el corazón, el predicarnos a nosotros mismos es lo que nos hace pasar por esa puerta. En esto se basaban en diversos textos de la Escritura donde un individuo habla consigo mismo, se interroga y se exhorta. Textos muy conocidos incluyen el Salmo 42:5 (¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío!), y el Salmo 103:1 (Bendice alma mía a Jehová).

Richard Baxter

En una de sus predicaciones sobre la humildad, C.J. Mahaney nos recuerda lo que sucede cuando nos levantamos por las mañanas. Nuestra naturaleza caída y nuestro pecado no duermen. Desde el primer instante de la mañana nos hablan – y normalmente en tono de queja – ¡Qué mal me siento! ¡Qué cansado estoy! Es una disciplina Bíblica necesaria el contestarnos a nosotros mismos. Pero ¿qué nos diremos? Y, ¿cómo lo diremos? Este es el consejo de Richard Baxter:

Imita a tu predicador favorito. Piensa qué habría dicho él y predica eso mismo a tu propia alma. En primer lugar explícate a ti mismo el tema y estudia las dificultades. Usa la escritura para confirmar la verdad en cuestión. Luego aplícatelo según la enseñanza y según tu necesidad. Pregúntate a ti mismo ¿en qué medida amas esta verdad? Háblate acerca de la frialdad de tu corazón, o bien anímate si ves que has sido fiel en esta área. Pregunta a tu corazón, ¿qué razones tienes por no actuar?, y contesta estas objeciones. Tú sabes qué argumentos son los más persuasivos para tu propio corazón.

Demasiadas veces al escuchar una predicación pensamos esto le viene muy bien al que tengo sentado a mi lado, o incluso con cierto alivio reconocemos menos mal que el predicador no ha aplicado este texto a esta otra área porque entonces sí que me habría visto obligado a reaccionar yo. Delante del Señor debemos aplicarnos a nosotros mismos toda enseñanza Bíblica, tanto la escuchada un domingo por la mañana como la que descubrimos nosotros mismos en nuestra lectura diaria. Esta práctica es la que hace que la palabra de Dios llegue a afectar todas las áreas de nuestras vidas. Es por medio de esa transformación que se hace posible una eficaz transmisión de la palabra de Dios a las siguientes generaciones.

Este artículo también aparece en http://thegospelcoalition.org/blogs/espanol/2013/08/28/predicandonos-a-nosotros-mismos/

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