Argumento
Con el capítulo 5, el apóstol desarrolla la aplicación práctica de todo lo que viene exponiendo sobre la suficiencia de Jesucristo para alcanzar la plenitud de la vida espiritual. Ha planteado lecciones de su propia experiencia (Gá. 1-2), después varias lecciones tomadas de la experiencia de Abraham (Gá. 3-4). Ahora se centra en lo que los gálatas deben hacer en medio de su propia situación.
Pertinencia
La seguridad de ser aceptados por Dios, junto con el poder de su Espíritu en el corazón, nos libera para servir a los demás. Por esto hay que rechazar cualquier tipo de imposición espiritual de parte de personas que tratan de convencernos de soluciones artificiales. Podrían ser medidas religiosas ascetas, disciplinas espirituales, técnicas orientales, soluciones medicadas, supersticiones ordinarias o meras evasiones cotidianas. La fuente podría ser la enseñanza de autoridades eclesiales o el consejo de amigos en conversaciones cotidianas. El problema es que depender de cualquiera solución errónea crea adicciones psicológicas. Fomenta un egoísmo aséptico, donde uno no hace daño al prójimo pero sólo se centra en su propia tranquilidad interior.
En cambio, si nos aferramos a la libertad que tenemos en Jesucristo, viviendo por la sola fe en Cristo cada día, entonces él produce amor en el corazón, un amor que se manifiesta en hechos tangibles. El manda gracia por su Espíritu. Desde el cielo transmite ayuda para las luchas de la vida terrenal, y eso lo cambia todo. El servicio llega a ser la nota dominante del cristiano: un servicio sincero, sensato, alegre, paciente, con el único deseo de bendecir al otro.
Notas exegéticas
La figura de andar se usa muchas veces en la Biblia para describir cómo una persona se desenvuelve en la vida normal. Es cuestión de avanzar de una experiencia a otra, día tras día: creciendo, trabajando, viviendo en familia, participando en la sociedad. Supone tomar decisiones, encajar situaciones y superar problemas en cada etapa de la existencia humana. El cristiano no reside en la capilla de la iglesia sino desarrolla su vida en el hogar, en la escuela, en el trabajo, entre los vecinos del pueblo o la ciudad. Progresa adelante paso a paso, caminando en el transcurso de los años, hasta llegar al final de su existencia.
La aplicación del principio de la fe cristaliza en un andar en, por o según el Espíritu. La palabra es pneúmati, un dativo en la declinación griega. Podría ser un dativo instrumental: «andar por medio del Espíritu». Esto significaría que el Espíritu aporta poder para avanzar en la vida. También podría ser un dativo local: «andar en la esfera del Espíritu», lo cual querría decir que el creyente debe permitir que el Espíritu influya en todo lo que hace, como si el Espíritu fuera una especie de nube envolvente que le rodea en todo momento.
Lo más probable, sin embargo, teniendo en cuenta los antecedentes del Antiguo Testamento (la columna de nube y fuego), la enseñanza de Jesús en el aposento alto (de que enviaría otro Consolador), y los acontecimientos del día de Pentecostés (el sonido de un viento recio, las lenguas de fuego), es que pneúmati sea un dativo de referencia y que la frase signifique «andar según el Espíritu». Es cuestión de tomar como máximo punto de referencia la presencia del Espíritu de Cristo en la vida, mientras uno sortea todas las situaciones reales que se presentan en el día a día.[1] Como los israelitas siempre tenían un ojo puesto en la columna de nube/fuego para ver si se levantaba de su lugar, así el cristiano siempre está pendiente de la presencia de Cristo en su interior.
Luego viene la frase siguiente: «y no satisfagáis los deseos de la carne». El verbo teléo viene en tiempo futuro: «no satisfaréis los deseos de la carne». Podría ser una exhortación: «no te portes mal». Sería como los Diez Mandamientos: «no tendrás dioses ajenos», «no matarás», «no adulterarás». El futuro negativo tiene la fuerza de un imperativo: «ni se te ocurra hacer estas cosas».
Otra posibilidad –más probable– es que se trate de una promesa: «si andas en el Espíritu, Dios te dará la victoria sobre los deseos de la carne». La idea no es tanto de una victoria sobre las tentaciones que surgen del interior, sino una victoria sobre los deseos que corresponden a un planteamiento de vida normal, natural, humano, como la mayoría de las personas en este mundo. Son los deseos que surgen cuando uno vive por inercia, cuando se olvida de alimentar su mente y su corazón con la grandeza del milagro del nuevo nacimiento.
Hay varias maneras de enfocar esta aplicación práctica del principio de la fe. «Andar según el Espíritu y no satisfaréis los desos de la carne» tiene uno de los siguientes significados posibles:
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Podría ser un retorno al principio legal: «Pórtate bien, no te portes mal», como una simple exhortación a la santidad. «Haz lo que debes, no peques». En este caso, Pablo simplemente estaría diciendo a los gálatas que practiquen la justicia y se abstengan de cometer males.
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Podría ser una receta para la victoria espiritual: «Si dependes del Espíritu, podrás decir “no” al pecado». Este enfoque se nutre de la idea de que el deseo de la carne y el deseo del Espíritu son dos fuerzas antagónicas que cohabitan en el interior del cristiano. El creyente sabe perfectamente el bien que debe hacer, pero lucha con la tentación de hacer el mal que no quiere hacer. A veces vence y se porta bien, a veces sucumbe a la tentación y se porta mal.
Lo más probable, sin embargo, es que la frase «andar en el Espíritu» tenga matices algo distintos:
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Es un recordatorio del gran milagro de Pentecostés, la gran realidad del nuevo pacto, la sorprendente invasión de Otro en el interior de la persona. Significa dar cada paso de la vida intensamente consciente de que Jesucristo, «la esperanza de gloria» (Col. 1.27), vive en ti. Significa que si Dios te ha dado el mayor don de todos, es para que te dejes llevar en el sentido que corresponde con el don. Sobre todo, se trata del espíritu personal de Jesucristo (Gá. 4.6). No es una nube o un fuego. No es algo impersonal, sino el maravilloso Dios-hombre que contemplamos en las páginas del evangelio. Él está reproduciendo su propio carácter en el creyente, y desde el cielo ministra gracia para todas las luchas de la vida. Esto motiva al creyente a acudir a Cristo una y otra vez, llevándole sus cargas y buscando su voluntad en la Palabra.
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Es un recurso para distinguir entre los predicadores autorizados y los falsos maestros. Hay un desafío constante en la historia del pueblo de Dios, que consiste en discernir quién habla por Dios de verdad, y quién no (Is. 32.5, Mal. 3.8, 1 Jn. 3.16-19). Hay que prestar atención al profeta que Dios ha enviado, y rechazar enérgicamente al profeta que se ha autonombrado y cuyo único fin es ganar adeptos para su causa. La clave consiste en mirar la calidad de vida espiritual que tiene el predicador. «Por sus frutos los conoceréis». Por eso Pablo apunta en la lista de las obras de la carne ocho características que tienen que ver con la discordia (Gá. 5.19-21). Quiere dar armas a los creyentes, para que examinen con cuidado la vida de los maestros judaizantes. Si el fruto de su enseñanza es la división, eso es la prueba de que no tienen el Espíritu (Jud. 19). No han sido enviados por Dios. No hay que hacerles caso sino más bien enseñarles la puerta.
Andar según el Espíritu, pues, significa varias cosas a nivel práctico:
Dar gracias constantemente, porque el sacrificio de Jesucristo es suficiente para lograr el perdón de pecados y la justificación. Porque el don del Espíritu es suficiente para vivir el resto de la vida en esta tierra. Porque el Cristo resucitado suministra ayuda desde el cielo. Porque Dios perfeccionará la buena obra que comenzó en una persona. Porque Cristo está formando todas las cualidades suyas que leemos en los evangelios. Porque el Cristo que está sentado a la diestra del Padre puede mover montañas y poner soluciones. Porque Dios hace que todas las experiencias en la vida del creyente le ayuden para bien. El Espíritu nos ayuda en esto, centrando la atención en todo lo que hemos recibido de Dios, que es mucho más que lo que todavía falta (1 Co. 2.12, Ef. 5.18-20).
Depender de Jesucristo de manera consciente. Esto supone mucho más que la práctica de disciplinas espirituales. Supone mucho más que echar mano de los medios de la gracia de una manera rutinaria. Se trata de un acercamiento a Cristo –decidido y consciente– en una actitud de oración. Es echar todas las cargas sobre él, llevarle todas las necesidades de cada día (1 P. 5.7). Es acudir al trono de la gracia (He. 4.16). Es acercarse a la piedra viva (1 P. 2.4). Es asirse de la Cabeza (Col. 2.19). Es permanecer en Cristo, absolutamente convencido de que sin él nada podemos hacer (Jn. 15.5). Es tratar todas las situaciones de la vida desde una intensa fe en Cristo (Gá. 2.20). El Espíritu nos ayuda a orar (Ro. 8.26-27).
Ser dócil frente a la enseñanza del Espíritu en la Palabra. Es cuestión de una inmersión diaria en la Palabra: leyendo pasajes largos, meditando en el mensaje del Señor para hoy, atesorando su palabra en el corazón. La oración de Jesús es «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Jn. 17.17). Es leer la Biblia para ver a Cristo en ella: «Las Escrituras dan testimonio de mí» (Jn. 5.39). «Mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor» (2 Co. 3.18). Es buscar en la Biblia respuestas para las cuestiones que surgen en todos los ámbitos de la vida real: ¿Qué querrá decirme el Señor sobre esto que necesita una solución? El Espíritu nos ayuda en esto: «Él os guiará a toda la verdad…tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Jn. 16.13-14).
Ser decidido en responder con todo aquello a que nos impulsa Cristo. Estamos llamados a poner en práctica la voluntad de Dios en todos los apartados de nuestra existencia. Ser hacedores de la palabra, no meros oidores (Stg. 1.22). Jesús dice «Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis» (Jn. 13.17). Nos corresponde amar al prójimo no de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1 Jn. 3.18). Esto incluye dar testimonio de Cristo (Jn. 15.26-27), edificar a otros con palabras (Ef. 5.18-20) y hacer bien a todos en cuestiones prácticas (Gá. 6.10).
La determinación de pasar de buenos sentimientos a hechos tangibles también nos mueve a confesar el pecado cuando nos damos cuenta de haber fallado (1 Jn. 1.9). También implica dar gracias por el perdón concedido según la promesa, porque Jesucristo nos limpia de toda maldad (Jn. 13.10). El Espíritu nos ayuda a poner en práctica la voluntad de Dios: clama «Abba, Padre» dentro de nosotros, para que antepongamos la voluntad de Dios a la nuestra, justo como Jesús en el huerto de Getsemaní (Gá. 4.6, Mr. 14.36).
Encajar la demora con gracia. La bendición muchas veces no llega inmediatemente, aunque llegará sin falta tarde o temprano. Hace falta paciencia: «os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa» (He. 10.36). El cristiano se fija en el galardón futuro, para tener fuerzas en la vida presente (He. 11.26). El creyente se centra en la ciudad celestial, para soportar la precariedad de la experiencia terrenal (He. 11.8-10). El hijo de Dios espera de los cielos al Hijo, que nos libra de la ira venidera (1 Tes. 1.9). El Espíritu ayuda al creyente precisamente en esto: «nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia» (Gá. 5.5).
Fase uno: exégesis
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¿Hay palabras clave, repeticiones, personas, detalles que te llaman la atención?
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¿Cuál es la estructura del pasaje? ¿Cuál es el flujo de pensamiento o argumento? Haz un bosquejo del pasaje, dividiéndolo en secciones, resumiendo lo que dice.
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¿Cuál es el punto principal o idea central que el autor estaba tratando de comunicar a sus primeros lectores en este pasaje? ¿Qué es lo palpitante de este pasaje, el centro neurálgico? Intenta resumirlo en una sola oración en tiempo pasado: El autor quería transmitir a sus primeros lectores que …
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¿Cuál es el principio teológico fundamental que subyace este pasaje? En base al resumen que has hecho de lo que Pablo quiso transmitir a los gálatas, intenta definir este principio de aplicación universal en una sola oración, usando verbos en tiempo presente.
Fase dos: exposición
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¿Cuál será la idea central de vuestro mensaje? ¿Cómo vais a comunicar el énfasis central de este texto a estas personas? Elaborad juntos una sencilla frase o un título (no necesariamente una oración completa) que resuma el énfasis principal de vuestro mensaje. La idea es que sea clara y memorable para la audiencia, pero debe reflejar vuestro acuerdo sobre la idea central del texto.
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Como resultado de escuchar vuestro mensaje, ¿qué queréis que vuestros oyentes entiendan, sientan y hagan? Verificad que el efecto que queréis que tenga vuestro mensaje refleje el efecto que el autor del texto bíblico buscaba lograr en sus oyentes.
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Debatid en el grupo posibles bosquejos para vuestro mensaje. Sed todo lo creativos e imaginativos que podáis, buscando una estructura sencilla que refleje fielmente lo que el texto dice. Buscad encabezados que sean cortos, sencillos y fáciles de recordar.
[1] El apóstol expresa lo mismo en varios pasajes paralelos con la preposición kata, que viene a decir lo mismo. Es andar conforme al Espíritu (Ro. 8.1, 4), hacer morir las obras de la carne por el Espíritu (Ro. 8.13) o, como en el caso de Isaac, nacer según el Espíritu (Gá. 4.29). Todos señalan un actuar tomando en cuenta el Espíritu como máximo punto de referencia.