Si la enseñanza y la predicación de la Palabra de Dios son tan importantes – y lo son – y si los que enseñan y predican la Palabra de Dios no viven (en este mundo) para siempre – y es así – ¿qué se puede hacer para que haya una continua sucesión de fieles maestros y predicadores de la Palabra de Dios?
Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros
El apóstol Pablo, en la que probablemente fue su última carta (canónica) antes de su muerte, cuando su principal carga era el futuro de la obra del Señor, escribió a Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2). Si la última palabra de este texto: “otros”, se refiere a otros maestros y predicadores, lo cual parece ser una interpretación razonable, lo que tenemos en este importantísimo texto son cuatro generaciones de maestros de la Palabra de Dios (y del evangelio): (1) el apóstol Pablo; (2) Timoteo; (3) aquellos “hombres fieles” e “idóneos”; y: (4) aquellos “otros”, ¡los bisnietos espirituales de Pablo!, que iban a ser enseñados por los de la tercera generación.
Pero, dando un salto del primer siglo a nuestro siglo 21, ¿qué cosas son necesarias para que se sigan levantando “hombres fieles” e “idóneos” que puedan enseñar y predicar la Palabra de Dios? Sugiero que son necesarias seis cosas:
1. Delegación
Pablo no le dijo a Timoteo que él solo lo hiciera todo; le dijo que dedicara tiempo y esfuerzo a formar y preparar otros maestros de la Palabra de Dios.
Eso implica delegación – o sea, que cada generación de predicadores, además de enseñar y predicar ellos mismos, sepa delegar en otros hermanos, cosa que no a todos los predicadores les resulta fácil, ¿verdad? Ha habido demasiados fieles y buenos predicadores que no han tenido o la visión o la capacidad de delegar en otros hermanos; sí, ellos mismos han sido fieles, seguramente muy fieles, pero cuando les ha tocado marcharse, ¿qué legado han dejado? Yo quiero que parte de mi legado sea el haber ayudado a formar y preparar a otros predicadores. Pero – lo reconozco – ¡me cuesta delegar!
2. Conocimiento
Nadie puede enseñar y predicar la Palabra de Dios sin conocerla en profundidad. Y, por desgracia, una de las paradojas de nuestra era posmoderna es que justo ahora, cuando tenemos más ayudas que nunca antes, una de las características de las iglesias cristianas es precisamente una lamentable falta de conocimiento de la Biblia y un conocimiento de ella muy superficial. ¿Por qué tantas predicaciones tan pobres? Entre las muchas razones que, sin duda, habrá, la más evidente es esa falta de un conocimiento profundo de la Palabra de Dios.
Timoteo, para ser fiel a su encargo, tendría que dedicar un montón de horas a impartir conocimiento de la Palabra de Dios y del evangelio a esos “hombres fieles” para que ellos llegasen a ser “idóneos para enseñar también a otros”. Y no creo que sea diferente hoy. Por eso no se puede empezar cuando la congregación necesite otro predicador; desde que nacen los niños y desde que nacen de nuevo los niños espirituales, la prioridad número uno en el discipulado, a todos los niveles, ha de ser impartir un conocimiento cada vez más profundo de la Palabra de Dios. Y luego, a la hora de buscar esos “hombres fieles”, ¡buenos candidatos habrá!
3. Habilidad
Seguramente todos tuvimos, de niños y de jóvenes, maestros y profesores que tenían mucho conocimiento, pero que eran pésimos en transmitir sus conocimientos a sus alumnos. Son los típicos genios, con una impresionante colección de diplomas en la pared, pero que no son capaces de cruzar el puente, o el abismo, entre sus propios cerebros y los de sus pobres estudiantes.
Pues, ¡en las iglesias también los hay! Sí, ese profundo conocimiento de la Palabra de Dios es necesario, esencial, pero no es suficiente; también uno necesita tener la habilidad de comunicar la Palabra de Dios de manera fiel, clara y pertinente a otras personas, creyentes y no creyentes. Hay un dicho que reza: “Lo que no se ha aprendido, no se ha enseñado.” O sea, quien enseña no debería echar toda la culpa a la ignorancia, la falta de atención o la falta de esfuerzo de sus oyentes; ellos tendrán su parte de la culpa, pero ¡él también! ¿Acaso no es de la esencia del arte de enseñar y predicar la Palabra de Dios ser capaz de ayudar a otros a entender lo que uno mismo cree que ha entendido? A mí me da igual que a la gente le guste o no lo que predico; ahora, si no entienden lo que predico, pues, o tengo que cambiar cómo lo hago o debería buscar otro ministerio para el cual tenga el don.
4. Preparación
No me refiero (en primer lugar) a la preparación de una predicación o de un estudio bíblico; me refiero a la preparación de nuevos predicadores. Timoteo tenía que hacerlo, y nosotros también.
Hay muchas maneras de formar o preparar nuevos predicadores; me parece igualmente erróneo despreciar una buena formación de seminario y confiar demasiado en tal formación. Aprovechemos todo lo bueno que podamos aprovechar – es de humildad y de sentido común – pero, al mismo tiempo, no subestimemos lo que se puede hacer a nivel de la iglesia local; hay libros de texto que se pueden estudiar en grupo; se puede escuchar y evaluar predicaciones (buenas y malas); etc. El Espíritu Santo da dones principalmente a cada iglesia local y las iglesias son las responsables de la formación de nuevos predicadores, aunque para ello también aprovechen recursos externos, como seminarios, cursos on-line, etc.
5. Oportunidades
Si a mí no me hubieran dado oportunidades de predicar, etc., cuando era un joven inmaduro con más entusiasmo que conocimiento, no hubiera podido aprender de mis errores y seguir adelante. Cuando me acuerdo de algunas de las “predicaciones” que infligí sobre más de una pobre congregación, todavía siento: “¡Tierra, trágame!” Ahora, treinta y cinco años después, todavía me queda mucho por aprender y quiero crecer como predicador hasta la muerte, pero algo espero haber mejorado desde aquellos primeros años.
Para que alguien llegue a ser un buen enseñador y predicador de la Palabra de Dios, necesita que se le den oportunidades – quizás, primero, en una reunión de jóvenes o un estudio bíblico en un grupo pequeño, etc.; y lo normal, sobre todo cuando se trata de un joven, es ¡que los primeros intentos de predicar no estén a la altura de un Spurgeon! Pero, con paciencia y con ayuda, puede llegar a ser un hombre idóneo para enseñar a otros. Ahora, también ocurre que algunas de las oportunidades que se dan demuestran que el hermano no tiene el don y a lo mejor nunca lo va a tener – no se puede forzar. Pero las oportunidades, que requieren bastante paciencia y madurez de parte de una congregación, son como los exámenes: revelan el potencial o quizás la falta de potencial de cada uno.
6. Evaluación
Esto es algo que se suele hacer en los seminarios bíblicos, pero no tanto en las iglesias, lo cual me parece una debilidad de ellas.
Existen muchas buenas razones para practicar una continua evaluación de las predicaciones en una iglesia: (1) Todos los predicadores deberían querer mejorar cómo lo hacen; (2) Todos los predicadores son inevitablemente subjetivos a la hora de evaluar sus propias predicaciones; (3) Los predicadores deben tener la suficiente humildad y sabiduría como para pensar que pueden aprender de la crítica constructiva de sus ministerios; (4) La evaluación honesta (¡y con mucho amor!) puede ser uno de los mejores medios de subir el nivel de las predicaciones; (5) La alternativa (muy común) de la evaluación puede ser una actitud de frustración de parte de la congregación; etc.
Claro, la evaluación no es fácil: ¡muchas veces duele!; a veces el predicador no está de acuerdo con la crítica de cómo predica, por muy constructiva que sea; los que hacen la evaluación también son subjetivos; no es nada fácil que predicadores jóvenes y de poca experiencia se atrevan a dar su opinión sobre el pastor principal con sus treinta o más años como predicador. Pero si queremos que las predicaciones sean cada vez mejores, creo que una sana evaluación, bien pensada y bien hecha, puede hacer más que cualquier otra cosa para conseguirlo.
Conclusión
El apóstol Pablo podía haberse limitado a decirle a Timoteo: “Bueno, Timoteo, pronto yo ya no estaré con vosotros; así que, ya sabes, sigue predicando tan bien como lo estás haciendo, y que el Señor te bendiga.” Pero Pablo no hizo eso; le encargó hacer todo lo que pudiera para ayudar a preparar una nueva generación de maestros y predicadores de la Palabra de Dios. Esa era la visión de futuro que tenía Pablo. ¿Y nosotros? ¿Qué visión de futuro tenemos nosotros? Seguramente se podrían decir muchas cosas, y todas ellas buenas; pero me atrevo a decir que hay pocas cosas tan importantes para el futuro de la Iglesia, hasta que venga el Señor, que la continua formación y preparación de nuevos predicadores.